Sin escote no hay paraíso
Una triste realidad que aunque muchos
sólo la tomamos como una burla trivial, la cruda verdad es que nuestra sociedad
está más acostumbrada a esto de lo que creemos. Nos pasa cotidianamente, tanto
así, que nuestra mente ha decidido obviarlo por ser un comportamiento común.
Déjenme contarles una pequeña
historia, o experimento accidental, como me gusta llamarlo, que me sucedió hace
poco; normalmente, mi vestimenta no es algo que pueda llamarse común, siempre
ropa holgada y cómoda para las incontables travesías que debo hacer al día,
haciendo uso del transporte público.
Por lo general, cuando estoy vestida
de esa forma, soy un bulto más dentro de los microbuses, “dale mamita, la de
azul, dale pa’l medio”, “dale pa’ atrás que aquí todos cabemos”, son
expresiones comunes que estoy segura, más de uno ha escuchado.
Todo cambió un día que decidí cambiar
un poco mi forma de vestir… Cambié el jean holgado por unos shorts y el suéter
por una franelilla con un escote pronunciado; emprendí así mi viaje por mi, no
tan divertida, travesía para llegar a la universidad en estos buses un tanto
particulares.
Desde un inicio, sentí que
abruptamente salté del área de los mortales a la zona VIP; al momento de parar
el bus, el colector muy amablemente me ayudó a subir, cuando en ocasiones
anteriores su “ayuda” era empujarme hacia arriba lo más rápido posible, como un
saco de papas.
No obstante, decido quedarme en la
parte delantera cerca del conductor, ya que según el: “las bonitas me las dejan
cerca, que atrás hay mucho calor”, yo por supuesto, no iba a desaprovechar la
oportunidad; era como el sueño hecho realidad de cualquier mortal pobre como
yo, quedarse al frente para bajarse mas rápido y evitar peligros en la paila
del infierno o como ustedes la llaman, la parte trasera del bus.
Ya no me gritaban que me “rodara
pa’tras” ahora todo cambió a “cuidado me la empujan”, “ven, dame el bolso que
yo te lo guardo por aquí”. Mientras escuchaba al conductor tratando de
amenizarme el camino con una charla sin sentido, y chistes que solo eran
divertidos para él, mi viaje se hizo relativamente, dentro de lo que cabe,
menos engorroso.
Al decirle que me dejara en la parada,
busco pararse de la mejor manera y justo donde yo lo pedí; recordé situaciones
anteriores donde uno grita como tres cuadras antes “¡en la parada!” para que lo
dejen donde es. Cuando estoy bajándome, continúa mi paseo VIP y el colector
ayuda a bajarme y me alcanza el bolso. Creo que lo único que le falto, fue no
cobrarme.
Que tantos cambios, y que diferente es
la forma del trato público cuando dejas ver un poco más allá de ti (si
entienden lo que les digo), aunque esto lo recuerde con un toque de humor, y
hasta algunas veces me aproveche de eso, es un poco triste que para que una
mujer deba ser tratada mejor, tenga que recurrir a estos recursos.
Es bueno que tomemos un poco de
conciencia al entender que es una realidad que nos afecta de una u otra manera,
pero que sigue siendo parte de los
patrones de conducta de nuestra sociedad que por más que la rechacemos,
prevalecerá en nuestros valores como un virus infectándonos por muchos años
más.
By: Daniela Gonzalez
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